viernes, 1 de abril de 2016

El duende


Mi nombre es Sofía, cuando tenía seis años, vivía en Chincha, y recuerdo claramente cuando mis tíos y primas hablaban sobre historias de duendes, brujas y apariciones.

La verdad, me moría de miedo, ni siquiera era capaz de ir sola a servirme un vaso de agua a la cocina.
¿Pero qué creen?
Yo era la primera en sentarme a escucharlos, mientras devoraba mis uñas por los nervios.

Esta vez, mi tía Julia empezó su relato:
Eran las seis de la tarde y decidimos retirarnos del borde de la acequia donde cada tarde reposábamos luego de haber almorzado, empecé a jalar mi silla para llevarla hacia la casa pero en el trayecto vi a mi esposo Juan, parado frente a un árbol viejo el cual adoraba y nunca quería cortar.

!Juan Juan!, entra; ¡Ya está oscureciendo!, - le gritaba y no respondía

Solo, miraba fijamente sin poder moverse, me acerqué y vi un hombrecillo de casi 80 centímetros de alto, con barba y bien arrugado, tenía los ojos rojos y tenía un gesto de fastidio, este estaba de cabeza y colgaba de una rama, emitía algunas palabras que no lograba descifrar, empecé a jalar del brazo a Juan, pero era imposible que diera un paso.

El pánico me invadió, no podía decir ni una palabra, quería gritar y me era imposible, el enano bajó y comenzó a acercarse cada vez más, logré tranquilizarme, para gritar:

Mierda, carajo, hijo de perra, vete al infierno, porque Dios nos protege, entre otras más lisuras, pues dicen que si quieres espantar a un fantasma o algo parecido, debes decir muchas lisuras los más fuerte que puedas, para que se alejen.

Con eso, Juan despertó del trauma y retrocedimos, mientras el duende se perdía por detrás del árbol. Le pregunté a Juan ¿Qué ha sido todo esto? él reveló el secreto, resulta que dos días antes, encontró 4 monedas de oro, cerca de la raíz de ese árbol, y bien callado se había quedado, yo me molesté por no habérmelo contado, y me llamó la atención saber, ¿Dónde las tendría guardadas?.
Juan sacó de su caja de zapatos las monedas y fue enseguida a enterrarlas donde las encontró, yo fui de inmediato en busca del Padre Carlos para que viniera a bendecir la casa.
Y como siempre mi tía Julia dejó esa historia a medias y se tuvo que ir a sus clases de velas decorativas.
Me quedé temblando y prendí todas las luces de casa, eso era lo malo de escuchar sus historias.